Clarín y La Nación: viejos nombres, la misma mafia
La condena a Cristina es solo otro capítulo de una historia que empezó cuando Clarín y La Nación sellaron su alianza con los militares, por medio de la cual, hasta hoy, moldean la realidad según sus intereses.

La ratificación de la condena hacia Cristina Kirchner causó grandes repercusiones en el país, no solo por la confirmación de la causa en sí, sino porque disparó varios cuestionamientos hacia la Justicia y los medios masivos de comunicación, que ya conocían el contenido del fallo de la Corte antes de que fuera oficializado.
La presidenta del PJ no optó por el silencio frente al fallo, y en uno de sus encuentros apuntó, como ya lo hizo muchas veces, contra medios como Clarín o La Nación, que reprodujeron, en la semana previa a que se conociera la resolución, la decisión de la Corte Suprema.
La misma Cristina lo relató muy bien en el discurso que brindó el seis de julio, donde señaló la tapa de Clarín luego del intento de magnicidio que sufrió, en la que titulaban: “La bala que no salió, pero el fallo que sí saldrá”. Hoy, casi dos años después, tal como predijo el famoso diario, el fallo salió.
Para entender el entramado de las corporaciones mediáticas del país, hay que remontarse a la Ley de Radiodifusión de la última dictadura cívico-militar, que sirve como campo de estudio y representa apenas la punta del iceberg de la posterior monopolización de medios en Argentina.
La legislación solo alcanzaba a lo radiofónico, ya que por aquel entonces la televisión no se encontraba en su auge, y un gran puñado de canales televisivos eran propiedad del Ejecutivo, que mediante esa ley regulaba las licencias y el contenido que circulaba.
Sin embargo, quedaba un espacio que los dictadores debían controlar en pos de construir un imaginario sobre los hechos que tenían lugar en el país: lo gráfico. Los titanes de aquel entonces eran, a excepción de uno, los mismos de hoy: Clarín, La Nación y La Razón, que funcionaban como epicentro informativo y voceros de las noticias nacionales a gran escala. Por eso, en 1977, el Ejecutivo les transfiere las acciones estatales de la empresa Papel Prensa S.A. a estos tres grupos. Aunque aún quedaba una parte importante de ese recurso en manos de David Graiver, que, luego de morir en un accidente aéreo cerca de México, quedaron bajo control de su esposa, Lidia Papaleo. Posteriormente, tras un proceso señalado por Papaleo como extorsivo, esa porción también terminó en manos de los mismos medios.
A partir del control mayoritario de Papel Prensa, los grupos periodísticos conspiran junto a los militares y los ayudan a construir una realidad paralela a lo que estaba sucediendo en el país.
Remitirnos a los ejemplos es lo más claro: Norma Arrostito, militante y dirigente política, fue una de las tantas víctimas de la dictadura. En 1976, el diario La Razón colocaba su foto en la portada, alegando que murió en “combate”. Sin embargo, gracias a su familia y amigos, la verdad salió a la luz: había sido secuestrada y llevada a la EX ESMA, donde estuvo desde diciembre del ’76 hasta 1978, cuando fue asesinada. Aún se desconoce el paradero de su cuerpo, ya que se sospecha que, luego de haberla envenenado, podría haber sido arrojada en un vuelo de la muerte.
Otro caso es el del periodista y escritor Rodolfo Walsh, que en el transcurso de entregar la carta abierta a la Junta Militar fue emboscado por un grupo para luego ser desaparecido. Sin embargo, los titulares tras su asesinato sentenciaron que murió en un “enfrentamiento un militante de la organización subversiva Montoneros”. Tan solo faltó un detalle importante: ellos lo capturaron y fusilaron.
Estos son solo dos ejemplos de la construcción que decidieron darle al período represivo, que les significó un claro beneficio económico, quedando firmes como los medios más poderosos. Ambos casos evidencian la lógica que arrastran hoy con la construcción mediática hacia Cristina Kirchner. Independientemente de su acusación, se observa el complejo armado que estos sectores vienen desarrollando desde hace décadas. Porque en ese período, mientras desaparecían militantes y se repartían recursos entre pocos, se gestaban los monstruos que hoy siguen escribiendo la historia a su manera.