Limitaciones ideológicas, intencionalidades perversas, impertinencias democráticas
Carlos Sortino, militante de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA), de La Plata, analiza los límites y posibilidades de la representación política en el escenario actual
1. En “La democracia como agravio”, reciente ensayo de Álvaro García Linera, nos encontramos con un profundo análisis sobre los límites estructurales de la representación política y de cómo se ha llegado a ellos, seguido de un avance conceptual sobre lo que él denomina Democracia Completa y nosotros definimos como Inclusión Política (1).
2. Desde este compartido análisis y avance conceptual, sumado a nuestra añeja disposición y experiencia en la materia, nos hemos dado el trabajo de proyectar diseños prácticos de herramientas democráticas alternativas que alienten al pueblo a tomar protagonismo en la propuesta, debate, decisión y control de ejecución de políticas públicas, con “destino de cajón” por ahora ineludible.
3. Cuando le decimos a un representante político que la representación política, tal como la conocemos, ha llegado a su límite estructural y le proponemos los diseños posibles de aquellas herramientas democráticas alternativas, para ir en su rescate, resignificarla y fortalecerla en una nueva dimensión, el representante no da ninguna respuesta, acaso porque sabe que es cierto, se siente amenazado y no está dispuesto a reconocerlo, acaso porque ha perdido la capacidad de leer y escuchar durante más de dos minutos, acaso por ambas “evidencias clandestinas”, acaso por lo que Álvaro García Linera define como “ceguera epistemológica”.
4. Todo lo que se está proponiendo hoy desde cualquier campamento político (incluidos los que conviven en el campo nacional y popular) parte del supuesto de que hay una vanguardia dirigente que sabe lo que hay que hacer para mantener, recuperar o instalar su propio protagonismo y pregona, con mayor o menor detalle, su plan económico y su programa de gobierno, pero ignora la inclusión política del pueblo, no lo tiene en cuenta. Esto es también producto de la religión representativa, creencia según la cual el pueblo sólo tiene derecho a votar y luego a protestar o aplaudir, pero nunca a protagonizar la formación de las políticas públicas, porque esto es asunto exclusivo de la élite dirigente (o aristocracia electiva, como prefieran).
5. Vale aclarar que estamos hablando de limitaciones ideológicas y no de intencionalidades perversas. Las primeras pueden ser reconocidas y corregidas. Nuestra militancia política apuesta por eso, para avanzar en un proyecto político-ideológico como cualquier otro. Todos los proyectos político-ideológicos conocidos siguen transitando las vías de su desarrollo y ninguno ha logrado hasta el momento los resultados que auguran. Por lo tanto, ¿por qué no apostar a otra cosa? ¿sólo porque es desconocida? ¿sólo porque no nos ofrece ninguna seguridad? ¿qué proyecto político-ideológico conocido (y experimentado) nos ofrece alguna seguridad?
6. Nuestro complejo institucional, desde mediados del siglo 19, se conoce como República Burguesa, porque responde a las necesidades y expectativas de la burguesía, definida ésta como el conjunto de personas propietarias de los medios de producción y de cambio. Pero algo sustancial se ha transformado y la representación política ha perdido casi todo su fundamento original. Hoy la clase dominante ya no es liberal, con un sentido común orientado hacia la libre competencia con el otro. Desde hace años, la clase dominante se ha transformado en neofascista, porque ha reorientado el sentido común hacia el aislamiento o la eliminación del otro.
7. La burguesía nacional -otrora clase dominante, que supo ser dirigente- ha quedado atrás y dejó huérfana a la representación política que la sustentaba. Hoy, la nueva clase dominante -que sabe ser dirigente- está constituida por las corporaciones transnacionales, necesariamente asociadas de hecho al crimen organizado. El complejo institucional resultante se materializa como constitución y soporte de un orden jurídico que legaliza el control oligopólico de la economía, de una organización política que subordina las necesidades y expectativas del pueblo a los intereses de ese oligopolio y de un sentido común estructurado para naturalizar aquel control y esta subordinación.
8. Estas intencionalidades perversas se montan sobre aquellas limitaciones ideológicas para conducirnos por estos tiempos despiadados. El desmonte no será tarea sencilla. El primer paso es reconocer que la representación política ha llegado a su punto máximo. A partir de allí, habrá que apelar a la creatividad y armarse de coraje y audacia, con el objetivo -al menos uno, de tantos posibles- de organizar al pueblo desde un gobierno que abra sus puertas a la participación popular para el planteo, discusión, decisión y control de ejecución de políticas públicas, para debatir todo entre todos y arribar a decisiones compartidas, a través de foros de intervención ciudadana en cada una de sus áreas.
9. El pueblo organizado puede enfrentar a la clase dominante. Maximizar la participación ciudadana (democracia) y minimizar la concentración de poder político, empresarial y mediático (oligarquía) es, para nosotros, el rumbo a tomar. Estas impertinencias democráticas sólo nos reclaman trascender los límites del republicanismo burgués y de lo políticamente correcto (y cómodo), para explorar nuevas instancias de convivencia ciudadana, diseñar mecanismos institucionales originales y disponer (y pre disponer) hacia estas exploraciones al plantel burocrático permanente del Estado, a los funcionarios políticos y a la militancia organizada. Claro que no es fácil ni rápido. ¿Quién dijo eso? Claro que no hay garantía de buen resultado. Pero, ¿qué garantía tenemos hoy?
10. Las políticas públicas por las que nosotros trabajamos -que ya hemos presentado en los ámbitos pertinentes, municipales y provinciales- no se han puesto en práctica porque no son consideradas valiosas dentro de las limitaciones ideológicas de nuestros representantes políticos. Quizás porque no hemos sabido interesar en ellas a una buena porción del pueblo para que las reclame. Quizás porque realmente no sean valiosas. Estamos seguros de la primera razón. La segunda razón no está demostrada ni refutada. Así que la seguiremos militando, desde nuestra perspectiva ordenadora: la lucha contra la injusticia, la desigualdad, la explotación, la segregación, la dominación, preguntándonos en cada caso quién gana y quién pierde, quién decide y quién obedece.
Nota al pie:
(1) Sostiene Álvaro García Linera, en “La democracia como agravio”: “La democracia verdadera, como la llamaba Marx, fue y debiera ser una creciente mejora de las condiciones de vida de las mayorías, de su influencia diaria en los asuntos comunes y la seguridad de saber que a sus hijos les iría mejor todavía. Fue y debiera ser un horizonte predictivo de bienestar y protagonismo social. Democracia, en los momentos de lealtad hacia ella por parte de las mayorías populares, fue poder comer mejor que la semana pasada sin que otros comieran peor; fue tener una remuneración laboral mejor que el mes anterior sin que otros acapararan fortunas para los cien años venideros; fue recibir una educación y salud mejores que el año anterior; fue comprobar que su trabajo y su derecho eran similares a los de los demás; fue saber que su preocupación, su dignidad y su voz cotidiana contaban a la hora de definir el destino colectivo. Es decir, fue la ruta de la igualdad. Y está claro que, para alcanzar ese mínimo de convivialidad gratificante, la democracia representativa ya no basta” (biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/250309/1/La-democracia-como-agravio.pdf).
Muchos años antes, en su primer mensaje al Congreso de Chile, el 21 de mayo de 1971, dijo Salvador Allende algo muy parecido. Y comprobó trágicamente, apenas un par de años después, que la democracia representativa ya no basta: “Nuestro ideario podría parecer demasiado sencillo para los que prefieren las grandes promesas. Pero el pueblo necesita abrigar a sus familias en casas decentes con un mínimo de facilidades higiénicas, educar a sus hijos en escuelas que no hayan sido hechas sólo para los pobres, comer lo suficiente en cada día del año; el pueblo necesita trabajo, amparo en la enfermedad y en la vejez, respeto a su personalidad. Esto es lo que aspiramos dar en un plazo previsible a todos los chilenos. Lo que ha sido negado a América Latina a lo largo de los siglos” (www.marxists.org/espanol/allende/1971/21-5-71.htm).
Nada de todo esto se ha logrado aún. Los procesos que tomaron ese rumbo no lograron sostenerlo y fueron reemplazados, por la fuerza de las armas o por la fuerza del voto, dando paso a regímenes conservadores y/o neoliberales, que se ajustan casi perfectamente a lo que en 1930 sostuvo Antonio Gramsci: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. (proletarios.org/books/Gramsci-Antonio-Cuadernos-de-la-Carcel-2.pdf)
Karl Marx, siglo 19. Antonio Gramsci, primera mitad del siglo 20. Salvador Allende, segunda mitad del siglo 20. Álvaro García Linera, siglo 21. Para nosotros, este sencillo pregón de la historia es una articulación político-ideológica ineludible. Pero no la única, por supuesto.